Mi padre era relojero, relojero diplomado , como le gustaba recalcar, fue uno de los primeros estudiantes a distancia , se sacó el título de relojería por correspondencia, a principios de los 60. Trabajaba arreglando relojes para varias tiendas, era algo así como un relojero freelance . Tenía el taller en casa, en su mesa de relojero, con todos esos frasquitos y herramientas diminutas: en un cajón cientos de repuestos de cristales de distintos calibres, cada uno en su sobre de papel amarillento; en otro cajón espirales, tijas y las fascinantes cajitas con rubíes. Sobre la mesa la campana de cristal, el frasco de gasolina, el aceite… y la lupa. Pasaba larguísimas horas encorvado sobre la mesa, con la lupa calada en el ojo izquierdo . Cada día se enfrentaba al reto de poner a punto dos, tres, cuatro relojes, a veces más, con prisas por el compromiso de entrega de la relojería para la que trabajaba. Y todo esto compartido con su otro trabajo...