Un cuento de Navidad

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Hace años que me gusta enviar felicitaciones de Navidad por estas fechas, reconozco que la Navidad no es lo mío, no es una época que me haga especialmente feliz, quizá sea el frío (yo soy más de calor), o la luz (eso de que sea de noche a las 17:30 me descoloca), pero lo cierto es que no soy una persona especialmente navideña. Si que reconozco que es una época con un gran poder de conexión, nos conectamos más familiarmente, más allá de los regalos y las comidas navideñas, vemos y hablamos con personas con las que hace tiempo que no teníamos contacto.  También es una época de conexión con nuestros propios deseos, nuestros anhelos y nuestros propósitos, aunque luego queden en agua de borrajas . Hace unos 15 años, en uno de estos momentos de preparación de la Felicitación Navideña, se me ocurrió coger trocitos de lienzo, pintarlos y escribir una frase para enviárselos a mis clientes y amistades. Lo pasé bien, jugando con colores y brillos. Me costó encontrar la frase... Finalmente la ...

Tiempo al tiempo


Mi padre era relojero, relojero diplomado, como le gustaba recalcar, fue uno de los primeros estudiantes a distancia,  se sacó el título de relojería por correspondencia, a principios de los 60.

Trabajaba arreglando relojes para varias tiendas, era algo así como un relojero freelance. Tenía el taller en casa, en  su mesa de relojero, con todos esos frasquitos y herramientas diminutas: en un cajón cientos de repuestos de cristales de distintos calibres, cada uno en su sobre de papel amarillento; en otro cajón  espirales, tijas y las fascinantes cajitas con rubíes.  Sobre la mesa la campana de cristal, el frasco de gasolina, el aceite… y la lupa.


Pasaba larguísimas horas encorvado sobre la mesa, con la lupa calada en el ojo izquierdo.

Cada día se enfrentaba al reto de poner a punto dos, tres, cuatro relojes, a veces más, con prisas por el compromiso de entrega de la relojería para la que trabajaba.
Y  todo esto compartido con su otro trabajo, el de siempre y antes, guardagujas en la estación de Atocha.


Mucho trabajo para un solo hombre, poco tiempo para tanta tarea, así era el pluriempleo de los 60.
Pero a mi padre nunca le faltó el tiempo, ni la sonrisa en la cara, ni la paciencia infinita. No sucumbió a las prisas, no dejó que la angustia de no llegar a tiempo le borrara el gusto por lo que hacía. Era un hombre organizado.
Han cambiado muchas cosas desde entonces:


  • ·         Ahora los relojes son digitales, nuestra vida también lo es y con ello nuestra percepción del tiempo. El paso de nivel 1 de alerta a nivel 2 es inmediato, de la no urgencia a la urgencia, del posible al ya, es el síndrome del cortoplacismo. El tiempo transcurre a saltos o así lo parece, por eso hay que llevarlo de las riendas, para que no se nos desboque.
  • ·         Ahora  no reparamos el reloj, directamente  lo cambiamos por uno nuevo. Todo envejece rápidamente, la tecnología viene con obsolescencia programada, el tiempo también envejece rápido. Si no aprovechas la oportunidad pasa volando, todo es vertiginosamente cambiante y fugaz.
  • ·         Ahora el reloj ha quedado desplazado por otros medios que marcan nuestro paso, los correos electrónicos marcan nuestro ritmo de trabajo, el whatsapp nuestras miradas al móvil, el móvil nuestra vida.





Tres claves para llevarse bien con el tiempo de hoy


1.       No te saltes los minutos. El tiempo tiene vacíos que se pierden si no eres consciente de que existen. Lo digital nos hace pasar de 1 a 2 de un salto, lo analógico nos permitía ir viendo el avance de la manecilla lentamente.



Para ello es importante:
·         Divide las tareas en sus partes
·         Divide los momentos de trabajo
·         Divide el correo en carpetas
·         Clasifica las tareas por categorías


2.       Se consciente de lo fugaz. Ni los buenos momentos ni los malos duran para siempre. Aprende a disfrutar de los buenos momentos, de los que se escapan de las manos si no los retienes. Aprende a esperar que pasen los malos momentos, con paciencia, sin perder el paso.


Para ello es importante:
·         No perder de vista lo que realmente quieres y lo que realmente necesitas
·         Tener claro para qué estás haciendo lo que haces
·         Buscar experiencias y tareas que te hacen disfrutar
·         Repara tu reloj



3.       No dejes que los medios marquen tu paso.  Es fácil llegar al trabajo, encender el ordenador y ponerse a responder el correo, pero eso no es siempre lo que tienes que hacer.


Para ello es importante:

·         Decide cuándo abrir y cuándo no abrir el e-mail, desactiva la alarma de correo entrante.
·         Mantén unas pautas para abrir el whatsapp o las redes sociales, una mínima disciplina para no dejarte seducir por su atractivo a la primera llamada.

·         No le quites el áncora al reloj, pues pasará un día sin que te des cuenta. Marca el paso del tiempo con tu actividad. No te dejes llevar por urgencias ajenas.



Y aquí os dejo este corto, El tiempo al tiempo, testimonios y reflexiones de un relojero sabio.


Recuerda que tu tiempo es realmente lo único que tienes, cuando se te acabe....

Comentarios

  1. Es bello el relato, cómo describes los oficios de tu padre, seguro que como guarda agujas tendrás muchos mas relatos, de muchas de las experiencias que se viven entre raíles. El tema del pluriempleo en los años 60, me recuerdan a mi padre que tambien trabajaba en la renfe, era cantero y herrero. Hablas de tiempo, ¡Cuantas historias encierra el tiempo! Que biblioteca tan infinita.
    Un saludo

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  2. Es bello el relato, cómo describes los oficios de tu padre, seguro que como guarda agujas tendrás muchos mas relatos, de muchas de las experiencias que se viven entre raíles. El tema del pluriempleo en los años 60, me recuerdan a mi padre que tambien trabajaba en la renfe, era cantero y herrero. Hablas de tiempo, ¡Cuantas historias encierra el tiempo! Que biblioteca tan infinita.
    Un saludo

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    Respuestas
    1. Cierto Luis María, el tiempo es un gran escultor de historias, cuando las historias son de nuestra familia, de nuestros padres, contarlas es mantenerlos aún vivos.
      Cuando era pequeña, algunas veces íbamos a Atocha a llevar la comida a mi padre, a la caseta de guarda agujas a la salida de la estación. Yo recuerdo el olor a petróleo (para limpiar los mecanismos y engranajes) y el ruido, ese ruido de máquina que traquetea para mover algo importante.En la puerta de la caseta, una parra, de buena uva. Mi padre siempre fue sembrando, plantando, podando allá por donde pasó.
      Acabó su vida laboral como jefe montador de enclavamientos en el ramal de Móstoles, en los márgenes de la vía del tren sembraba huertos. Tenía uno precioso nada más salir de la estación de Alcorcón, regaba con agua de lluvia, que recogía en varios depósitos, entre ellos una bañera. Llegaba a casa de trabajar con unas acelgas bajo el brazo y un ramito de hierbabuena, siempre con ese brillo sano en los ojos. Manuel, mi padre, un ferroviario relojero y hortelano, porque el tiempo es lo único que existe.

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