En
mis comienzos como formadora, recuerdo que una de mis primeras y más
impactantes actuaciones en el cambio de actitudes fue un curso para
el Metro de Madrid: "Calidad Total y Atención al Cliente".
Yo tenía muy pocos años y mucha energía, además de una semana por
delante para lograr que en grupos de 15 personas, taquilleras la
mayoría de las veces, trabajásemos actitudes que
yo aún no era capaz de nombrar: orientación al usuario, gusto por
las personas, pasión por el servicio.....
Tras
las actitudes, se agrupaban en racimos algunas habilidades:
capacidad de escucha, fluidez verbal, anticipación a las
dificultades, asertividad, resolución de conflictos.
Pero
lo más difícil era llegar a la raiz principal,
los valores: generosidad, respeto, transigencia...
20 años tras la pista que dejan las actitudes en nuestro comportamiento, 20 años de intentos a veces infructuosos por lograr un cambio en algo tan arraigado como la raíz de la grama.
A
lo largo de esas interminables sesiones, de 8 horas de forcejeo, en
las que la mitad las pasábamos debatiendo sobre la diferencia entre
cliente y usuario, yo iba reconociendo la llave maestra de nuestras
actitudes, cómo estas afloran a la luz no solo a través de lo que
hacemos, sino sobre todo a través de lo que decimos y cómo lo
decimos, a través de las CREENCIAS, con comentarios del tipo "es
que si le doy la razón me pierde el respeto", "da fuerte y
siempre el primero", "no sirve de nada ser amable, la gente
es mala"... y otras tantas manifestaciones verbales, que usadas
como excusa, muestran la nuestro esqueleto, nuestra estructura ósea
emocional.
Las
creencias forman nuestra estructura ósea emocional
Al
igual que un osteópata actúa sobre nuestra estructura ósea cuando
hay problemas, el rol del formador o formadora que modifica
actitudes, se dirige a equilibrar la estructura de creencias para
lograr una armonía entre el músculo y el hueso, para evitar
tensiones, para que nuestro cuerpo se mueva sin grandes esfuerzos ni
dolores.
Ese
es el verdadero trabajo del cambio de actitudes: desenmascarar
creencias que tensionan nuestro cuerpo, cuestionar creencias que no
nos permiten ser eficaces en nuestro entorno, ablandar creencias que
nos fuerzan a posiciones inadecuadas y ejercitar creencias que nos
facilitan un buen equilibrio emocional.
Hoy recuerdo con cariño aquellos
cursos de “Calidad Total y Atención al Cliente”, aquellas
aquellos debates inacabables donde las creencias tomaban cuerpo y se
adueñaban de nosotros.
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